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Comentario sobre La mujer de la arena

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La figura de la arena

“Arena: conjunto de partículas que proviene de la disgregación de los fragmentos de roca” (Abe, 1998)

Voy a referirme a Kobo Abe. Se trata de un autor que ha escrito no sólo novelas, sino también cuentos, poesía, dramaturgia y guiones de cine. La novela La mujer de la arena (Suna no onna, 1962) fue adaptada al cine y dirigida por Hiroshi Teshigahara (1927-2001) en 1964.

Ryukichi Terao, traductor de Kobo Abe al español, ha señalado que “las obras de Abe tienen un poder destructivo, capaz de desmoronar nuestra visión convencional del mundo, y de ahí viene el peligro de su literatura” (Terao, 2012).

La mujer de la arena trata lo que le sucede a un coleccionista de insectos que se pierde en las dunas, es capturado por unos aldeanos y es obligado a vivir en un pozo muy precario, con una mujer. Después de siete años, el hombre es dado por muerto.

En la novela cobra un lugar fundamental la figura de la arena. La arena es presentada como un ser que corroe, que tiene cuerpo y casi parece tener vida propia. El protagonista tiene que vivir con la arena, moldear su vida a esta sustancia extraña, húmeda, agresiva, que todo lo invade y lo destruye. Cito: “Desde el punto de vista de la arena, las cosas que poseen forma están vacías. Lo único verdadero es la corriente de arena que niega la existencia de todas las formas” (Abe, 1998: 43). La vida en el pozo tiene un ritmo, que poco a poco, en la novela, comienza a ponerse en evidencia para el lector. Se trata de una serie de repeticiones, de cierta monotonía, la monotonía de la arena. En un primer momento, el personaje se opone a ella. Pero luego, sucede que va acomodándose a ese ritmo hasta el punto de adaptarse a él. Esa acomodación tiene un sentido mortífero y paradójico. Por un lado, implica aceptar las condiciones de existencia –de una existencia impuesta: la detención ilegal-. Por otro lado, es la derrota de una elección, la de la libertad.

Creo que en la novela de Abe podemos apreciar la aparición de un yo ajeno, en relación a la arena. La arena no es un doble, no es un otro que se opone al sujeto como un alter ego. Es un elemento que aparece como exterior pero que anida en su interior. Sus movimientos y sus cambios lo modifican hasta el punto de dar origen a “otro yo” (Abe, 1998: 200). Hacia el final de la novela, hay ciertos pasajes en los cuales el discurso se invierte. La detención ilegal se transforma en un “perjuicio natural” (Abe, 1998: 185) y aparece una voz que le pregunta si no es él, finalmente, el que le está causando un perjuicio a la arena. Aparece la enajenación pero no bajo la forma de la locura. El hombre no se vuelve loco. El hombre se ha acomodado a lo más mortífero de sí mismo.

Sin pretender hacer una reducción en la literatura de Abe, cabe preguntarse si esta construcción del yo podría emparentarse con la conceptualización que hace Freud del yo en la segunda tópica (1923), según la cual el yo tiene en sí mucho de inconsciente. Ese elemento extraño del yo es el ello, un caldero pulsional que comanda el accionar del yo, como el caballo a su jinete: “así como al jinete, si no quiere separarse del caballo, no le queda… más camino que conducirlo adonde quiere ir, de igual modo el yo suele transmutar en acción, como si fuera propia, la voluntad del ello” (Freud, 2011: 61). La voluntad de la arena es como la voluntad del ello, tiene como fin último, la destrucción: “Mientras los vientos soplen, los ríos corran y los mares de agiten, nacerá grano por grano la arena de la tierra, y como un ser viviente, se esparcirá por doquier. La arena nunca descansa. Silenciosa pero certeramente, invade y destruye la superficie del planeta” (Abe, 1998: 20)


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